Frente a las crisis económicas y las desigualdades persistentes, la economía social y solidaria surge como una alternativa sostenible, democrática y centrada en las personas. Este modelo prioriza el bienestar colectivo sobre la ganancia individual, y promueve la cooperación, la equidad y el desarrollo local.
Cooperativas, empresas comunitarias, asociaciones de productores y bancos de tiempo son ejemplos de iniciativas que funcionan bajo principios solidarios. Generan empleo, distribuyen riqueza de manera justa y fomentan la participación ciudadana.
En México, miles de personas participan en experiencias exitosas de economía social, muchas de ellas impulsadas por mujeres, pueblos originarios y jóvenes emprendedores. Sin embargo, estas iniciativas requieren mayor visibilidad, apoyo financiero y un marco legal adecuado.
El consumo responsable, el comercio justo y la relocalización de cadenas productivas también forman parte de esta visión económica. La pandemia demostró la importancia de fortalecer redes locales y resilientes frente a la dependencia global.
Fomentar una economía solidaria no significa rechazar la modernidad, sino reorientar la economía hacia la vida digna. Es posible crecer sin destruir, producir sin explotar y competir sin excluir. Otro modelo es posible, y ya está en marcha desde las bases.