La salud es un derecho humano fundamental y un bien público global. Las pandemias, como la del COVID-19, han demostrado que la salud no puede entenderse en términos exclusivamente nacionales. Las enfermedades contagiosas cruzan fronteras, y su control requiere cooperación, solidaridad y sistemas sanitarios fuertes en todos los países.
Sin embargo, las brechas en acceso a servicios de salud son profundas. Millones de personas carecen de atención médica básica, medicamentos esenciales o cobertura sanitaria. Las diferencias entre países ricos y pobres, y dentro de los mismos países, reflejan una desigualdad estructural que va más allá de lo sanitario.
Los sistemas de salud deben ser públicos, universales y resilientes. Además, es clave invertir en prevención, atención primaria y salud mental. La producción y distribución equitativa de vacunas y tratamientos es una prioridad moral y estratégica.
La cooperación internacional en salud debe fortalecer organismos como la OMS y promover la investigación científica abierta y colaborativa. También es necesario regular la industria farmacéutica y garantizar el acceso a medicamentos sin barreras económicas.
La salud global no puede depender del lugar donde se nace. Garantizarla es una inversión en dignidad, estabilidad y desarrollo sostenible para toda la humanidad.
